Rayuela y su lector
  CORTÁZAR: DE LA EXPERIENCIA HISTÓRICA A LA REVOLUCIÓN
 

CORTÁZAR: DE LA EXPERIENCIA HISTÓRICA A LA REVOLUCIÓN
 

  Pablo Montanaro

Montanaro nació en julio de 1964 en Buenos Aires, Argentina. Es escritor y periodista. Es autor de los libros Palabra de Gelman –en coautoría con Rubén Salvador– (Ediciones Corregidor, 1998), que reune entrevistas y notas periodísticas al poeta argentino Juan Gelman, y Cortázar, de la experiencia histórica a la Revolución (Homo Sapiens Ediciones, Rosario, 2001), presentado públicamente en Buenos Aires a principios de noviembre pasado. Ha publicado los siguientes libros de poemas: El fin vendrá a su tiempo (Amaru, 1988), El relámpago de su mirada (Arché, 1992), Ella (Arché, 1994), Tiempos jamás dibujados (Libros del Sicomoro, 1994) y Andante (2001, Primer Premio Segundo Concurso Nacional de Poesía La Luna Que). Algunos de sus poemas han sido traducidos al alemán, inglés e italiano. Colabora con artículos y entrevistas en las revistas Lea y Generación Abierta a la Cultura (Argentina), Koeyú y Ateneo (Venezuela). A continuación, reproducimos en esta edición de ZL el prólogo y algunos fragmentos del libro Cortázar, de la experiencia histórica a la Revolución.
 




INDICE
PRÓLOGO
LA REVOLUCIÓN CUBANA
ERNESTO CHE GUEVARA
EL COMPROMISO DEL ESCRITOR
LA CRÍTICA SOLIDARIA
LA AMISTAD CON JOSÉ LEZAMA LIMA


PROLOGO

Parece ser que Julio Cortázar instalado en París en los comienzos de la década del ’60 comprendió fehacientemente el enunciado de Hegel: "En el desarrollo de cada pueblo, llega un momento en que el arte ya no basta".

Cuando decide irse de la Argentina lo hace sabiendo de la imperiosa necesidad de encontrar un aire más intelectual. Más tarde, la seguidilla de regímenes militares sangrientos en el país lo lleva a alojarse en forma definitiva en París.

Es a partir de los acontecimientos que derivaron en la Revolución Cubana -ocurrida en enero de 1959- que Cortázar dirige su mirada hacia el prójimo. No sólo descubre la realidad que atraviesa América Latina sino que también brota de él una conciencia política basada en una ideología moral.

A partir de entonces para Cortázar la literatura tendrá otro sentido: se asume desde una nueva perspectiva, el de la responsabilidad del escritor frente a las causas sociales. Al referirse a las coyunturas históricas que determinaron distintos momentos, en el caso particular de la poesía social en lengua castellana, el ensayista Carlos Altamirano señala que la gesta revolucionaria, su sentimiento, "no podía menos que afectar la conciencia del escritor y su relación con la literatura".

La revolución cubana representará en Cortázar su experiencia indeleble y un eje que trazará un cambio fundante y causante respecto a su mirada del mundo y, por ende, en su actividad como escritor e intelectual. Se genera, de este modo, una acción en la relación de la labor de la literatura y la transformación de la sociedad. Y es en este nuevo escenario donde Cortázar comienza a moverse. De aquí en más los temas sociales y políticos, aunque siempre presentes en sus textos, aparecerán de manera más descubierta y explicita a lo largo de su producción.

Postura asumida estrictamente en el plano de la literatura, lejos de agrupación política alguna. Cuando Cortázar se marcha a París, lo hace sin ningún atisbo de compromiso con la historia, ni señales ideológicas o políticas precisas. A lo sumo se limita a expresar, en voz baja, sus opiniones antiperonistas a un reducido grupo de amigos. Era "un pequeño burgués europeizante", irritado por esa avalancha de peronismo "de profunda vulgaridad que invadió Buenos Aires cuando la gente del interior, llamada por el levantamiento de masas que hizo Perón, se volcó en la ciudad".

Su compromiso con las revoluciones socialistas en América Latina se mantuvo con firmeza en el plano de los sentimientos y de la amistad. A pesar de algunos acontecimientos que provocaron la desilusión de aquellos intelectuales que la habían apoyado, Cortázar continuó siendo un sostenedor incondicional de Cuba y de sus dirigentes. Especialmente cuando el sonado Caso Padilla se convirtió en el primer resquebrajamiento dentro del grupo de intelectuales latinoamericanos. A todo esto Cortázar mantuvo una postura crítica, aunque menos política. Allí se refleja lo apasionado de su compromiso sentimental y amistoso con la causa socialista; guiado por el sentido de sus valores intelectuales y morales, dejando lo político en la superficie.

Cuando declara que aquel escritor que dejó la Argentina convencido que la realidad "debía culminar en un libro" y dio nacimiento en París a un hombre "para quien los libros deberán culminar en la realidad", está afirmando sin vueltas su compromiso consustanciado con lo auténticamente humano. "Si la determinación del militante le hacía decir y escribir a veces cosas en las que su acento era poco reconocible; su buena fe, su desinterés, su modestia, están fuera de discusión", reconoció Italo Calvino. Vale señalar que el poder político no empañó ni mucho menos desdibujó su verdadera imagen.

Es interesante apuntar (en realidad lo hace Cortázar en una entrevista) dos instancias en su obra, en la cual ésta se compromete con el contexto histórico de ese tiempo. La primera aparece en Los premios (1960), cuando aún no estaba imbuido en cuestiones políticas, describiendo los métodos de la policía argentina por esos años. La segunda, ya con otro nivel de compromiso y de conciencia, cuando siente que es necesario participar en las luchas de América Latina, pero sin sacrificar la "dimensión literaria" de la obra.

Libro de Manuel (1973) está inscripto en esta segunda instancia. Novela nacida de un "cotidiano sentimiento de horror, de vergüenza, de humillación personal como latinoamericano frente al panorama del colonialismo y el gorilismo entronizados en tantos de nuestros países".

Reiteradamente Cortázar puso en claro que uno de los recorridos posibles para conseguir la revolución, o al menos llegar a ella, es partiendo de las mentalidades, de las conciencias y de la sensibilidad. Haciendo este camino la revolución adquiere todo su significado.

Ese es el planteo y el desafío que establece Cortázar. Desafío que le valió todo tipo de críticas apuntadas a sus posiciones de compromiso como también a su literatura. Según Beatriz Sarlo ese cuestionamiento proviene de dos cuadrantes: por un lado el que expresa que "la revolución pasa por otra parte, por lugares bien alejados de París y Cortázar ya no puede ser ese hombre de ambos mundos, que enriquecía a la política revolucionaria con su revolución en las palabras. Esa alianza sencilla entra en crisis". El otro proviene de la publicación de Libro de Manuel y el premio Medicis que la novela gana en Francia. Cortázar dona el dinero del premio (unos 950 dólares) a la resistencia chilena contra la Junta Militar de Augusto Pinochet. Con este acto, Cortázar declara haber asumido una conciencia con el fin de la libertad y la justicia. "Si durante años he escrito textos vinculados con problemas latinoamericanos, a la vez que novelas en que esos problemas estaban ausentes o sólo asomaban tangencialmente, hoy y aquí las aguas se han juntado", asevera.

En el prólogo de Libro de Manuel puede leerse lo siguiente: "Más que nunca creo que la lucha en pro del socialismo latinoamericano debe enfrentar el horror cotidiano con la única actitud que un día le dará la victoria: cuidando precisamente, celosamente, la capacidad de vivir tal como la queremos para ese futuro, con todo lo que supone de amor, de juego y de alegría".

Uno de sus esfuerzos fue el de no sacrificar la dimensión literaria de su obra porque para él lo que determina y origina el compromiso en un escritor inmerso en la literatura es la incorporación, la fusión, de preocupaciones de tipo geopolítico manifestadas en la escritura, o bien separadas, pero como un corpus más específico de ella.

Era probable que anduviera con sumo cuidado para que lo político no demoliera su campo estético, su espacio literario. Por ello creía en la posibilidad de realizar una fusión. Explicaba que sus novelas acusan una especie de evolución histórica del escritor: el puente que va de la indiferencia a la primera preocupación metafísica personal y, posteriormente, el salto a la preocupación histórica y, por ende, su responsabilidad.

La realidad y esperanza revolucionaria de Julio Cortázar se inició como él mismo pensaba que se hacía una revolución, un recorrido de adentro hacia fuera; es decir, partiendo de la mentalidad, de la conciencia y de la sensibilidad.

Se planteó sostener un compromiso reconocidamente libre, desplegado de múltiples formas: viajes, conferencias, debates, entrevistas, cartas, críticas, denuncias, expresiones de solidaridad con los movimientos de derechos humanos, y que este libro recoge.

PABLO MONTANARO

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LA REVOLUCIÓN CUBANA

[Para Julio Cortázar] La revolución cubana "creó una corriente de interés que no existía hasta ese momento, interés por el destino de América Latina como continente". La conciencia ideológica y política que le muestra la revolución no sólo se circunscribió en el terreno de las ideas. "La revolución debe triunfar y se debe hacer la revolución porque sus protagonistas son los hombres, lo que cuenta son los hombres. Y esa cosa aparentemente tan trivial e incluso perogrullesca fue muy importante para mí, porque si yo había sido indiferente a los vaivenes políticos del mundo, era porque era indiferente a los protagonistas de esos vaivenes políticos".

La revolución cubana entraña "la acepción de dos palabras: realidad y esperanza. La realidad la viven los cubanos diariamente y no necesita de mi descripción; por mi parte yo hago lo posible por mostrarla a quienes no han podido o querido palparla más de cerca, y creo que es mi principal deber como escritor latinoamericano en el extranjero. En cuanto a la esperanza, contra cuya indestructible latencia se alzan hoy más que nunca las negras armas de la reacción, del facismo y del imperialismo, es esa certidumbre que guarda el corazón de los pueblos frente a sus tiranos, sus carceleros y sus explotadores, y que en la América Latina tiene su más evidente corroboración en el proceso histórico cubano, paso de la esperanza a la realidad, y de esta a una nueva esperanza más abierta y planetaria".

Es indudable que no cree en modelos y mucho menos en "cristalizaciones sociales"; pero sí apuesta a la "dialéctica revolucionaria hacia la libertad y la felicidad del hombre".

"La Revolución Cubana -define- no será nunca la montaña sino el mar, siempre recomenzando. Infinitas, petrificadas, las montañas de todo el resto de la América Latina verán alzarse a su hora el oleaje del mar humano, como ya lo vio Cuba el día en que el contenido de esas dos palabras casi siempre inconciliables, esperanza y realidad, se unieron en un solo presente".

Por otra parte descree de las revoluciones "sin alegría". Piensa en Ernesto Che Guevara como modelo "por su increible sentido del humor que tuvo siempre en las circunstancias más tremendas. Yo no creo en los revolucionarios de cara larga y trágica, esos dan los Saint Just y los Robespierre. Yo creo que la revolución es una cosa muy seria, pero que el humor, el erotismo, el juego y tantos otros valores humanos, son constantes a las que no podemos renunciar en ningún trabajo revolucionario", opina en 1973 en una entrevista publicada en la revista Crisis.

(fragmento del capítulo La Revolución Cubana: realidad y esperanza)

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ERNESTO CHE GUEVARA

El 9 de octubre de 1967 se anuncia oficialmente la muerte del Che Guevara en la Quebrada del Yuro, Bolivia. Cortázar se encuentra en esos momentos trabajando en Argel, "rodeados de imbéciles burócratas, en una oficina donde se seguía con la rutina de siempre (...) metido en un mundo donde solo contaba el trabajo". Se encierra varias veces en el baño para estar solo, llorar y desahogarse "sin violar las sacrosantas reglas del buen vivir en una organización internacional".

Compra todos los periódicos; no quiere convencerse. Mira las fotos "esas que todos hemos mirado"; lee cables, escucha y hora tras hora va entrando "en la más dura de las aceptaciones".

El 17 de octubre, pasado el mediodía, Cortázar envía un cable dirigido a Retamar. El texto dice: "RETAMAR CASA DE LAS AMERICAS LA HAVANE MAS CERCA QUE NUNCA DE USTEDES TE ABRAZO. JULIO".

Once días después, precisamente el 28 de octubre, regresa a París. Retamar le solicita un texto en homaneje al Che. En plena soledad y con todo el peso del dolor, escribe: "Cuando algo me duele tanto, no soy, no seré nunca el escritor profesional listo a producir lo que se espera de él, lo que le piden o lo que él mismo se pide desesperadamente. La verdad es que la escritura, hoy y frente a esto, me parece la más banal de las artes, una especie de refugio, de disimulo casi, la sustitución de lo insustituible. El Che ha muerto y a mí no me queda más que silencio, hasta quién sabe cuándo; si te envié este texto fue porque eras tú quien me lo pedía, y porque sé cuánto querías al Che y lo que él significaba para ti".

(fragmento del capítulo Che Guevara, un hermano)

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EL COMPROMISO POLÍTICO DEL ESCRITOR

Julio Cortázar desprecia la calificación de "escritor comprometido", en tanto admite considerarse un "intelectual latinoamericano", pero con reservas: "Si las circunstancias me sitúan en ese contexto y dentro de él debo hablar, prefiero que se entienda claramente que lo hago como un ente moral, digamos lisa y llanamente como un hombre de buena fe, sin que mi nacionalidad y mi vocación sean las razones determinantes de mis palabras".

Entiende que el problema del intelectual latinoamericano es "el de la paz fundada en la justicia social, y que las pertenencias nacionales de cada uno sólo subdividen la cuestión sin quitarle su carácter básico. (...) A riesgo de decepcionar a los catequistas y a los propugnadores del arte al servicio de las masas, sigo siendo ese cronopio que escribe para su regocijo o su sufrimiento personal, sin la menor concesión, sin obligaciones 'latinoamericanistas' o 'socialistas' entendidas como 'a prioris' pragmáticos".

En otros tiempos Cortázar creía que "la literatura de mera creación imaginativa" era suficiente para "sentir que me he cumplido como escritor". Ahora su noción de esa literatura ha cambiado "contiene en sí el conflicto entre la realización individual, como la entendía el humanismo, y la realización colectiva como la entiende el socialismo, conflicto que alcanza su expresión más desgarradora en el Marat-Sade de Peter Weiss".

Asevera que "jamás escribiré expresamente para nadie, minorías o mayorías, y la repercusión que tengan mis libros será siempre un fenómeno accesorio y ajeno a mi tarea; y sin embargo hoy sé que escribo 'para', que hay una intencionalidad que apunta a esa esperanza de un lector en el que reside ya la semilla del hombre futuro".

[En una entrevista en la revista Life, Julio Cortázar señala] "Mi idea del socialismo latinoamericano es profundamente crítica... mi humanismo es socialista... Cuando se me reprocha mi falta de militancia política con respecto a la Argentina, por ejemplo, lo único que podría contestar es, primero, que no soy un militante político y, segundo, que mi compromiso personal e intelectual rebasa nacionalidades y patriotismos para servir la causa latinoamericana allí donde pueda ser más útil. La terminología de la pasión es más fuerte que la teoría, porque no solamente no soy un teórico sino que jamás he escrito sobre estos temas como no sea incidentalmente, prefiriendo siempre que mi obra de ficción y mi conducta personal mostraran a su manera y respectivamente una concepción del hombre y la praxis tendiente a facilitar su advenimiento". (...)

A raíz de un debate sobre el compromiso del escritor latinoamericano, la revista "El Escarabajo de Oro", dirigida por Abelardo Castillo y Liliana Heker, publica en su número 42 de abril de 1971, un texto exclusivo escrito por Cortázar en el cual fija su posición acerca del tema.

"Tal vez el día en que dejen de insistir tanto en los deberes del intelectual revolucionario, -subraya- habrá una mayor cantidad de escritores que irán hacia la revolución por voluntad propia y no por compulsiones ideológicas. Ese fue mi camino, dicho sea de paso, y no es a esta altura del partido que voy a inclinarme frente a las avalanchas doctrinarias mal asimiladas de los jóvenes iracundos. Pero a la vez comprendo muy bien su actitud en la medida en que la revolución necesita más que nunca del concurso apasionado de todos los que creen en el socialismo. Como escritor no me interesa el respeto incondicional porque nada hay de particularmente respetable en una actividad como la nuestra. Pretendo solamente que nadie se ponga a dictar desde fuera las líneas de conducta que solo pueden ser decididas por el escritor o el artista a base de su propia sensibilidad y su propia conciencia. Y una última observación, que toca a los reproches y a las insinuaciones más graves que se hicieron en el uso de la mesa redonda.

Una vez más y a gritos algunos reclamaron la intervención directa, física del escritor en la lucha armada. (...) Yo entre tanto, me acordaba de aquella hermosa foto de los primeros años de la Revolución Rusa, en la que se ve a Sergei Eisenstein cuerpo a tierra tirando con una ametralladora, y esa ametralladora es... una máquina de escribir. Lo que no significa que Eisenstein fuera incapaz de emplear un arma de fuego llegado el caso, y que muchos de nosotros no estemos dispuestos a cambiar nuestra máquina si creemos que ha llegado la hora. Pero también esa hora debe sonar en nuestro reloj y no en el de los que dictan conductas como quien manda romper filas o llegar a las ocho en punto a los puestos de trabajo".

(fragmento del capítulo El compromiso político del escritor)

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LA CRÍTICA SOLIDARIA

Esta postura que frente a los hechos [por el caso Heberto Padilla] toma Cortázar, provoca un profundo hueco en la comunicación con sus amigos cubanos. "A pesar de mi incurable ingenuidad política, hay cosas que cada vez comprendo más, y una de ellas es que lo personal cuenta muy poco cuando lo que está en juego es el destino de nuestros pueblos; poco me preocupa, pues, este hiato, aunque en el plano personal y amistoso me duele. Me gustaría simplemente que se sepa de mi presencia invariable en lo que toca a la Revolución", enfatiza en 1972.

"A nadie le pido que me acepte -aclara-, sé de sobra que los revolucionarios de verdad terminan por comprender ciertas conductas que otros calificarían de revoltosas. (...) Poco me importa el hielo oficial de la embajada de París o el silencio de amigos cubanos muy queridos".

"Mi crítica se abre y se cierra en cada caso concreto sin proyectarse a procesos sociales de una infinita complejidad y que de ninguna manera quedan invalidados, como se pretende, por errores e injusticias condensables pero circunstanciales, aborrecibles pero superables. Toda la diferencia está entre negar el socialismo como camino político viable, y defenderlo porque se lo critica, porque en cada caso concreto se denuncian errores y sus aberraciones".

En 1975 Cortázar mantiene el mismo pensamiento que tuviera en el momento en que sucedieron los hechos. "Sigo creyendo que la única manera de ayudar a Cuba es haciéndolo críticamente, fraternalmente, pero sin caer en maniqueismos o en posiciones extremas. Yo no lamento lo que sucedió, me creó problemas sentimentales, ví alejarse a muchos amigos cubanos y no cubanos, asistí a una oleada de pequeñas venganzas de resentidos que aprovecharon la oportunidad para declarar su fidelidad incondicional al régimen cubano, como si mis amigos y yo al tener una actitud crítica fuésemos traidores, y finalmente, me consta que los dirigentes cubanos terminaron por ver la situación con mucha claridad". (...)

Si para algo sirvió este convulsionado caso fue para "separar el trigo de la paja fuera de Cuba -señala Cortázar a inicios de la década del '80-. La crítica se escindió en dos vertientes. Mi crítica, por más solidaria que fuese, me valió siete años de silencio y de ausencia, pero era una crítica que acaso ayudó a franquear el paso del esquema ilusorio a otro en el que la necesidad de renovación no ignorara las pulsiones que hacen de un hombre lo que verdaderamente es. En cambio la crítica antisocialista se aferró a todas las extrapolaciones y generalizaciones que su retórica era capaz de inventar, y desde entonces hasta hoy, quince años después, sigue anclada en la denuncia permanente de algo transitorio; su periódica reiteración responde mecánicamente a la misma técnica: denunciar un atropello verdadero o no (Reinaldo Arenas, Valladares, etc.) y lanzar desde ahí la monótona escalada a la totalidad de lo cubano, porque esa totalidad es el socialismo en marcha, y de lo que se trata es de acabar con él".

(fragmento del capítulo La crítica solidaria, fraternal y sincera)

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LA AMISTAD CON JOSÉ LEZAMA LIMA

Una tarde de 1957 ingresa al despacho de Julio Cortázar en la UNESCO en París un joven llamado Ricardo Vigón para desempeñar trabajos de traducción de documentos. Puestos a la tarea, Cortázar le dicta una larga traducción. Al rato descansan. Cortázar le ofrece un cigarrillo y empiezan a conversar. Vigón es cubano y lleva muy poco tiempo en la capital francesa. En un instante de la charla, le comentan que en La Habana vive un poeta estupendo llamado José Lezama Lima. Cortázar se muestra avergonzado por no saber nada de él.

Al día siguiente Vigón llega a la oficina con un ejemplar de la revista Orígenes, dirigida por Lezama Lima.

"Esa noche conocí a Lezama Lima en uno de sus textos más admirables, que en la revista se titulaba Oppiano Licario y que es hoy el capítulo XIV y final de Paradiso", precisa Cortázar.

Además de obsequiarle la revista, Vigón le anota la dirección de Lezama: Trocadero 162, bajos. La Habana. Cuba. "Pocas veces he sabido escribir a quienes admiro, pero sentí que debía decirle a Lezama que su texto me había dado acceso a un dominio fabuloso de la literatura, aunque no sé como lo hice", evoca años después.

Un mes más tarde, Cortázar recibe una carta y un paquete de libros, entre ellos Tratados en La Habana que lleva la siguiente dedicatoria de Lezama: "A Julio Cortázar, por su ardido traspasar del paredón en ancho".

Durante cuatro años intercambian correspondencia, libros y opiniones sobre literatura. En una de ellas el argentino, desde París el 5 de agosto de 1957, expresa algunas consideraciones sobre la obra lezamiana y manifiesta "la terrible dificultad que plantea muchísimos poemas y muchísimas prosas suyas, el peligro incesante de perder el hilo conductor, de extraviarse, de entender mal o entender a medias -que es quizás peor- viene, me parece, de que usted no está nunca dispuesto a conceder nada, porque conceder significaría automáticamente renunciar a esa situación central a la que ha llegado por obra de toda su vida y toda su sensibilidad, esa situación central que le permite aprehender todos los puntos de la circunferencia con una misma sagaz felicidad". (...)

Cortázar relata el primer encuentro. "El pintor Mariano Rodríguez nos reunió en una cena, particularmente exquisita en un momento en que todo faltaba en Cuba, y Lezama llegó con apetito jamás desmentido desde la sopa hasta el postre. Cuando lo ví saborear el pescado y beber su vino como un alquimista que observa un precioso licor en su redoma, sentí lo que luego Paradiso habría de darme tan plenamente: el deslumbramiento de una poesía capaz de abarcar no sólo el esplendor del verbo sino la totalidad de la vida desde la más ínfima brizna hasta la inmensidad cósmica. Recuerdo que pensé en la frase de Descartes, cuando un pedante que lo veía comer con apetito, se maravilló de que un filósofo pudiera ceder hasta ese punto a la sensualidad y Descartes le respondió: '¿Pero es que creéis, señor, que Dios ha creado estas maravillas para el solo placer de los imbéciles?'.

Y entonces Lezama empezó a hablar, con su inimitable jadeo asmático alternando con las cucharadas de sopa que de ninguna manera abandonaba, su discurso empezó a crecer como si asistiéramos al nacimiento visible de una planta, el tallo marcando el eje central del que una tras otra se iban lanzando las ramas, las hojas y los frutos. Y ahora que lo digo, Lezama hablaba de plantas en el momento más hermoso de ese monólogo con el que le agradecía a Mariano su hospitalidad y nuestra presencia; recuerdo que una referencia a la Revolución lo llevó a mostrarnos, a la manera de un Plutarco tropical, las vidas paralelas de José Martí y Fidel Castro, y alzar en una maravillosa analogía simbólica las imágenes de la palma y de la ceiba, esos dos árboles donde parece resumirse la esencialidad de lo cubano". (...)

"Te imaginas la pobreza en que me ha dejado la muerte de Lezama Lima" escribe Cortázar a Fernández Retamar el 22 de septiembre de 1976. A esta lamentable perdida "se le suman tantas otras muertes casi cotidianas -Argentina, Chile, Uruguay... tantos más conocidos o desconocidos". En junio de 1977 a Fernando Uría le confiesa: "No es fácil habituarse a estos enormes huecos en nuestras vidas".

Desde el mismo día de la muerte de Lezama, Cortázar decide encender sus tabacos "pensando en que lo hago también por él, para él. En esa tarea de dormir y de velar alternadamente, que él tuvo la generosidad de compartir conmigo en su dedicatoria, hoy le toca dormir mientras yo todavía sigo velando. ¿Pero cuál es, en el fondo, la diferencia?".

Mientras los enciende, contempla la foto ubicada en una de las paredes de su departamento de la rue Martel donde se los ve juntos en La Habana en los años '60.

(fragmento del capítulo Fumando con Lezama Lima, bajo la buena estrella)

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2001 © Pablo Montanaro
 
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